Mis primeras trenzas y lo que aprendí


Todo comenzó con un peine, una liga y muchas ganas. Mis primeras trenzas eran como los primeros garabatos de un artista: torcidas, desordenadas, pero llenas de intención. Me acuerdo de la emoción al terminar mi primera trenza decente —no perfecta, pero mía—. Ese día entendí que con paciencia, las manos también pueden aprender a bailar.

Aprendí que el cabello tiene memoria, que cada cabeza es distinta, y que incluso un pequeño error puede dar lugar a un nuevo estilo. Practiqué en muñecas, en amigas, en mi hermana... y poco a poco, mis dedos empezaron a moverse solos, como si supieran el camino.

Ahora, cada trenza que hago cuenta una historia. Algunas son apretadas y serias;


otras, sueltas y juguetonas. Lo mejor de todo es ver a alguien sonreír frente al espejo después de uno de mis peinados. Ahí sé que todo el esfuerzo valió la pena.

Este es solo el comienzo. Trenzar es mi forma de crear, de cuidar y de conectar. ¿Te animas a probarlo?


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